Pedro Gervasio Sánchez
Abril de 2010
Uno de los problemas que se vive actualmente en el ámbito de la docencia es la falta de escritos, y por ende publicaciones, por parte de los maestros de los distintos niveles educativos. No se trata de falta de competencias para estructurar la información que se quiera compartir, ni tampoco por falta de qué compartir, sino de tiempo, hábito y posiblemente motivación para hacerlo. Esta situación es histórica, no es privativa de
ahora. Sin embargo, dado el crecimiento en número de profesionistas con estudios de postgrado, las expectativas de producción de literatura con pretensiones científicas crecen también. Se trata de superar la costumbre y el status de consumidores para pasar al de productores. Se escribe para compartir, para socializar experiencias y saberes. El objetivo de la revista que ahora inicia es de convertirse en un foro tanto para estudiantes y maestros de esta universidad como de otras con deseos de compartir cosas significantes.
Palabras claves: maestro, hábito de escribir, producción de literatura científica, herencia, socializar saberes.
Introducción
En el presente ensayo desarrollo tres tesis: la primera es que el maestro (profesionista de cualquier área que ejerce la docencia) no escribe no por falta de qué compartir o de competencia para hacerlo, sino más bien por falta de hábito y de tiempo, y tal vez, por falta de motivación. La segunda tesis consiste en que es necesario escribir, porque ya es tiempo que se comience a producir y no sólo a consumir literatura científica para las disciplinas que se cursan en las licenciaturas o en las maestrías y porque es necesario dejar huella, es necesario construir para los que vienen atrás. La tercera tesis es que se escribe para compartir saberes, experiencias, inquietudes, preocupaciones. Se escribe para comunicar a la comunidad académica cosas significantes, información relevante. Creo que este espacio es para todos los estudiantes y maestros de nuestra Universidad del Centro del Bajío (UNICEBA) e incluso de otras universidades que comparten la preocupación de sistematizar saberes, de estructurar información, de comunicar proyectos, avances o resultados de investigaciones.
¿Por qué los maestros en su mayoría no escriben?
En 1965, en su libro Psicología y Pedagogía, Piaget (1981) se pregunta: “en líneas generales la medicina es obra de los médicos, las obras de ingeniería son construidas por los ingenieros, etc. ¿Por qué la pedagogía es en tan escasa medida obra de los pedagogos? Este es un problema grave y siempre actual. La ausencia o la carencia de investigaciones sobre resultados de la enseñanza, punto en el que insistimos aquí, es sólo un caso particular de este problema. El problema general es el de comprender por qué la inmensa cohorte de educadores que trabajan en todo el mundo con tanto ardor y, en general competencia, no engendra una élite de investigadores que hagan de la pedagogía una disciplina científica y viva de la misma manera que todas las disciplinas aplicadas participan a la vez del arte y de la ciencia” p. 17.
¿El panorama pintado por Piaget hace 45 años sigue siendo actual? ¿Se continúa con el mismo problema? ¿Sucede lo mismo en cualquier nivel del sistema educativo en México?
Lamentablemente, los indicios que se tienen, hablan de pocos cambios sobre el interés de los maestros por convertirse, no digamos ya en investigadores “con todas las de la ley”, sino por lo menos en profesionistas con ánimos de estructurar sus conocimientos, sus experiencias y darlas a conocer en libros o por lo menos en artículos.
La información que ofrecen las investigaciones llevadas a cabo en las escuelas del municipio de Celaya en sus distintos niveles, por mis alumnos de Maestría en docencia como tarea de una asignatura, es que los maestros que, en general, como dice Piaget “trabajan con tanto ardor y competencias”, sean de escuelas públicas o privadas, e independientemente del nivel en que se desempeñen como maestros, tengan o no formación académica para ello, incluso sin importar el grado de estudios que ostentan, tienen poco o ningún hábito parasistematizar sus experiencias docentes en un trabajo escrito. En realidad es muy escaso el producto que se conoce, que haya sido obra de maestros que atienden grupos. Cuando mucho producen artículos cortos para algunas revistas en donde desarrollan trabajos de tipo descriptivo y en pocas ocasiones analíticos.
Es muy difícil encontrar escritos con base a trabajo de investigación documental y menos aún algún reporte de investigación. Por supuesto, estoy hablando de la generalidad, no de las excepciones, es claro que algunas universidades sí tienen maestros que, aunque no tengan plazas de investigadores, sí investigan y publican buenos trabajos.
Para el caso de los libros de textos que la Secretaría de Educación Pública (SEP) entrega de manera gratuita a todos los alumnos de las escuelas de educación básica, en general son escritos por personas que no son o no fueron maestros de educación básica. Es cierto que hay algunos que sí son escritos por personas con alguna experiencia en el trabajo con grupos de este nivel educativo, pero en su mayoría los escriben gente que se dedica a eso: a escribir libros y a promoverlos entre los maestros mediante cursos, pero no a dar clases en primaria o en secundaria. (Esto hace que se entienda por qué algunas actividades que ahí se proponen tienen a veces tan poca significatividad y operatividad).
El por qué de esta situación, si no todos lo saben a ciencia cierta, pasa como dice Sabines en uno de sus poemas: “Yo no lo sé de cierto. Lo supongo”. Saben que es sumamente difícil encontrar tiempo para sentarse y pensar de qué forma estructurar el pensamiento para producir algo que sea verdaderamente significante. Por experiencia propia, para la mayoría de los maestros el día no alcanza para preparar clases, impartirlas y luego revisar trabajos de 40 alumnos o más por cada grupo. Imaginen a un maestro que tiene clases toda la mañana: desde las 7:00 hasta las 14:00, por lo menos atiende a ocho grupos, multiplique 8 por 40 y verá cuántos trabajos tendrá que revisar un maestro. A esto hay que añadirle los compromisos y tareas domésticas que tiene que llevar a cabo. Entonces ¿cómo es que se le pide que aún tenga ánimos de sentarse ante una computadora para sistematizar sus experiencias y sus saberes? Pues sí, aún con todas esta agotadora carga de trabajo, hay maestros que se dan un tiempo para escribir cuentos o poemas que no publican, los tienen ahí, y sólo después de “corretearlos” para “escribir algo” los han entregado y en ocasiones, que son contadas con los dedos, son publicados.
Dado lo anterior, se puede afirmar que, en el maestro -independientemente de su formación académica- escribir, no es asunto de capacidad, sino de tiempo para hacerlo, de hábito o de oportunidades y de espacios de divulgación de su pensamiento.
Podría pensarse que esto último no aplica para los profesores de educación superior, pues tanto las instituciones públicas como las particulares tienen garantizados algunos recursos que les permiten tener un espacio editorial de circulación local o regional. Algunas tienen intercambios en todo el país con otras instituciones, algunas otras sus programas de intercambio lo llevan a cabo con instituciones de otros países. Esta situación permite ofrecer a los docentes la oportunidad de publicar sus experiencias o investigaciones que realizan. El problema es entonces, no el espacio para ser publicado, sino la falta de trabajos a publicar. Así las cosas, en el nivel superior, el problema radica en el hábito y en el tiempo que tendría que tener para sistematizar y escribir las experiencias y saberes. No obstante la realidad es que no necesariamente es así para todas o para la mayoría de las instituciones de educación superior. Es posible que las cosas sean exactamente de manera contraria. En Celaya por ejemplo (abril 2010), de 14 instituciones de educación superior (se indagó sólo entre las más conocidas por el tiempo que tienen de funcionamiento), sólo cuatro instituciones tienen una revista “en forma”, las demás dicen que editan “gacetas informativas”. Hasta aquí las cosas parecen indicar que el problema para la mayoría de los maestros son los espacios para publicar.
Sin embargo, cuando esos espacios se dan, de todos modos hay problemas. Los datos de la investigación documental (análisis de artículos de revistas) que realizaron los alumnos ya referidos, dicen que algunas revistas de instituciones públicas y privadas del municipio de Celaya y de otras ciudades importantes del estado de Guanajuato, tienen problemas para tener aportaciones escritas de sus maestros y lo subsanan mediante la re- publicación de trabajos publicados en otros espacios o mediante la publicación de varios trabajos de los mismos integrantes del Consejo Editorial en una misma edición. Esto no es otra cosa, sino poca participación de los docentes para escribir y ser publicados. Lo que nos lleva nuevamente al problema que ya había mencionado: el del hábito de sistematizar experiencias y saberes.
¿Qué otras explicaciones se pueden encontrar para este problema, amén de las ya expuestas? Seguramente hace falta motivación, hace falta animarlos para que escriban. La motivación puede ser mediante muchas formas distintas y variadas. Tanto la psicología como la teoría organizacional saben de esto.
Una forma de hacerlo es ofrecerles espacios concretos e inmediatos en donde puedan dar a conocer el producto de su trabajo intelectual. Si un maestro ve los proyectos muy distantes a él, su participación también es así: distante, poco entusiasta. En cambio, si observa que sus compañeros están publicando, que la revista se cocina en su mismo espacio de trabajo, esto funciona como elemento apremiante: le “obliga” a sentarse ante la computadora y ponerse a escribir. Por ello la congratulación con la iniciativa que ahora se concretiza en de la obra editorial de nuestra universidad.
¿Hay condiciones para que la realidad sea diferente?
Bien, hasta ahora he hablado de los docentes en general, sin definir qué grado académico ostentan; no obstante, si nos detenemos en la cuestión del grado, tenemos aquí tela de donde cortar.
En efecto, porque si bien hace 15 ó 20 años el maestro de nivel básico hasta licenciatura, por lo general, tenía como formación académica el grado de licenciatura o en algunos casos, ni eso, pues muchos maestros de primaria y secundaria estudiaron en las normales con planes de estudios de cuatro años después de la secundaria; en este momento (2010), la realidad ha cambiado, son muchos los maestros (y los profesionistas en general) que se han preocupado por continuar con su formación académica tomando cursos de postgrados (maestrías y doctorados). Algunas veces estos estudios son tomados por necesidad, pues las instituciones en donde trabajan los han condicionado a estudiar un diplomado específico, la maestría o el doctorado para seguir contratados.
Como era de esperarse, la matrícula en las instituciones que ofrecen estos programas de postgrados ha crecido considerablemente, y si no sucede así es por la cantidad de instituciones que los ofertan. Como sea, la realidad es que se ha incrementado considerablemente el número de profesionistas (entre ellos los que trabajan de maestros) que ostentan grados académicos superiores a la licenciatura.
¿Qué nos dice el hecho de tener más maestros con formación académica por arriba del grado tradicional de licenciatura?
Que por sólo ese hecho, debe haber un número considerable de maestros con potencialidades para realizar tareas propias de la investigación científica. Una de ellas es la de escribir y publicar artículos o libros productos de un trabajo serio de investigación. Entonces, si bien no hay condiciones suficientes, condiciones ideales para que el maestro produzca, una de las cosas más importante para hacerlo, la formación académica de éste, se tiene en buena medida, lo que habla de posibilidades reales de evolución.
Aclaro que no estoy afirmando que sólo los maestros con postgrado pueden escribir y publicar, pues mucha gente con menos grado académico lo ha hecho y bien. Pero, no se puede negar que si para un profesionista de licenciatura escribir es un mérito y una opción personal, para uno con postgrado es casi una obligación. Es decir, no se concibe a alguien con maestría y menos a alguien con doctorado que no haya adquirido medianamente la habilidad de escribir en el lenguaje que podría llamarse académico. Yo creo firmemente que los que estamos aquí, en la UNICEBA (y muchos de los egresados), sí tenemos los elementos para llevar a cabo estas tareas propias del grado, lo que nos hace falta posiblemente es el tiempo. A lo mejor tres horas o cuatro horas de investigación a la semana en lugar de clases con grupos ayudaría bastante, sería una buena motivación.
¿Entonces por qué escribir?
Se escribe porque es necesario hacerlo. Se requiere que quienes se dedican a una profesión dejen huella, se requiere que construyamos entre todos el conocimiento que ha de servir para quienes siguen. Es cierto que se necesita aprender, se necesita ganar información mediante la lectura, se necesita leer a quienes nos precedieron en tiempo y a nuestros mismos contemporáneos, pero también es tiempo que se comience a construir para otros. No se puede jugar sólo a “comprar” conocimientos de otros para consumirlos; también se debe comenzar a “vender” para que otros consuman. Y esto sólo es posible a partir de arriesgarse a producir para ser publicados.
También se escribe porque es bueno dar a conocer nuestros pensamientos, nuestros saberes, nuestras ideas. A cuántos “conocemos” como compañeros, pero no sabemos de sus virtudes, de sus capacidades, de sus dominios, sino hasta que por alguna razón los escuchamos hablar. ¿Qué tal si ahora los leemos? ¿Cuántas virtudes “extras” descubriremos de aquellos que creíamos conocer? Entonces es necesario escribir para que nos conozcan no de la forma tradicional (las percepciones de lo accidental, de lo circunstancial) sino para que conozcan y no reconozcan en nuestros pensamientos, en nuestros muchos o pocos saberes sobre alguna disciplina, en nuestras experiencias que a pesar del miedo queremos compartirlas. Se escribe entonces porque es una forma de decir “aquí estoy, este soy yo y quiero compartir con ustedes lo que sé”
Si bien es cierto que para muchos, es un verdadero reto el sentarse frete a la computadora y comenzar a escribir, también es cierto que el problema mayor es la falta de práctica. Es decir, si se intentara una y otra vez, algo tendría que salir después de varios intentos. Finalmente no se esperan piezas maestras de redacción, de gente que no se dedica a eso. Pero si lo hace con cierta frecuencia, la práctica irá haciendo al maestro.
Y he aquí el problema: sucede que como es creencia generalizada que quien escribe y publica adquiere mayor status de “científico”. Es decir, aumenta puntos en su currículo de vida, o lo que es lo mismo tiene mayor prestigio como docente, asesor o investigador, entonces podría propagarse la enfermedad de la publicacitis. Como muchos nos hemos dado cuenta, la pretensión de convertirse en escritor por mero ego puede derivar en publicar por publicar, no importa qué, ni la calidad de lo que se publica. Así, tanto en revistas impresas como en artículos sueltos en la Internet, nos encontramos artículos sosos y vanos; aparecen libros que lo único que se hace en ellos es repetir lo que se dijo en otros. Son libros, síntesis de otros libros, pero a veces se copia literalmente sin entrecomillar el texto, lo que hace que se cometa plagio sin disimulo. De aquí las dos preguntas siguientes:
¿Para qué escribir? ¿Qué características mínimas debe tener el escrito que se entrega para ser publicado?
Se escribe para compartir las experiencias, para compartir los saberes que en el transcurso del tiempo el maestro va adquiriendo. Se escribe para comentar sobre un tema o sobre un libro que resulta significante para los lectores. Se escribe para comunicar los resultados de
alguna investigación que se haya llevado a cabo o de alguna que se pretenda o se esté realizando. Se escribe para invitar o para provocar la reflexión y el análisis de temas de interés, no necesariamente general, sí de gente imbuida en los mismos.
Por ello es que afirmo que se debe utilizar el lenguaje con los códigos propios de la disciplina y evitar el simplismo y el lenguaje coloquial sólo por el deseo de “ser entendido fácilmente”. Una cosa es complejizar las cosas y otra que por ellas mismas sean cuestiones complejas. Los temas que generalmente se discuten en el postgrado no necesariamente son temas “sencillos”, “simples”, por el contrario, muchos de ellos tienen una buena dosis de complejidad, tal y como es la misma realidad.
En un escrito académico con pretensiones científicas, se realiza un ejercicio intelectual de estructuración de información con un lenguaje claro, pero con códigos propios de la disciplina que, en general, manejan sólo los que en ella están inmersos. Ello quiere decir que no necesariamente se escribe para el “público en general” –aunque hay trabajos que sí tienen este fin- sino para la comunidad que conforma la disciplina al que el tema en cuestión pertenezca.
Si alguien dice que quiere comenzar por escribir obras de arte como cuentos, novelas cortas o poemas y argumente que para ello no necesita de un lenguaje específico, creo que el lenguaje si bien es distinto, el esfuerzo intelectual que exige un ejercicio de abstracción y construcción de ideas y textos enriquecidos con metáforas, alegorías y otras figuras literarias es igual o mayor que el que describe sus experiencias docentes y elabora propuestas de concreción de las intenciones educativas en las aulas.
He dicho que se escribe para compartir. Pero, ojo, se ha de compartir lo que yo he producido, o lo que de alguna forma yo he construido. No se vale compartir lo que otro escribió y darlo como si fuera propio. Por ello la información no deberá ser copia textual de alguna obra publicada con anterioridad. Puede ser comentario de otro escrito, pero no copia fiel, sin tratamiento alguno. Entonces no es un trabajo cualquiera, es un escrito académico que tiene como característica primera la originalidad. Hay muchos otros requisitos que observar (Juan Manuel Chabolla Romero, maestro de esta universidad, aborda este tema en varios de sus libros), pero me parece que éste es el primero, es decir, que el escrito sea producción propia.
El dilema que esta revista deberá enfrentar y tomar posición ante él, consiste en o publicar todo cuanto “caiga”, a veces sólo para congraciarse o cumplir deseos o aumentar prestigios; o seleccionar lo que tenga calidad, lo que tenga sustancia, lo que tenga pertinencia, lo que muestre originalidad: Textos que no sirvan sólo para distraer o entretener sino que busquen socializar información relevante en algún campo del conocimiento. Esto quiere decir que el que escribe deberá preguntarse antes de entregar su colaboración ¿Estoy entregando al público información científica inédita que puede servir a alguien? Si no es así, es mejor revisar nuevamente el escrito y esperar a generar información mediante la investigación y una vez que se tengan cosas interesantes, relevantes que comunicar, ahora sí escribirlas y publicarlas.
El proyecto editorial que ahora inicia tendrá que elegir ante esta alternativa. Pero me parece que deberá optar por la segunda propuesta. Se trata de seguir un poco los consejos de Pérez Montfort (1994), cuando dice que una de las formas de mejorar los escritos es permitir que alguien los revise y los critique “con la mayor severidad posible”. Si no hay revisión y crítica no hay posibilidad de perfeccionamiento, por tanto si se quiere que este órgano de análisis y reflexión tenga una posibilidad real de convertirse en una publicación de influencia, en una herramienta y medio para la discusión y confrontación de ideas, para la socialización de saberes y experiencias, para informar avances de investigación, novedades bibliográficas o eventos de significatividad para el trabajo de lo educativo, se necesita que establezca criterios bien definidos de aceptación de colaboraciones. No se trata, como ya se ha dicho, de llenar páginas con paja o discursos insolventes. Se deberá buscar que los escritos muestren que el autor ha desarrollado “independencia de pensamiento (…) y la capacidad para convencer a sus pares de la validez científica del trabajo …” (Pérez Montfort, 1994: 98).
Por tanto, la revista que ahora nace, tiene el objetivo expreso de ser un espacio de y para el estudiante de licenciatura y postgrado de ésta y otras instituciones de educación superior. También es un espacio para los maestros que están haciendo alguna investigación y que quieran comunicar sus avances o resultados, o que simplemente quieran compartir sus experiencias, con el único requisito que cubran las normas editoriales de ésta, que si bien no han de ser muy estrictas tampoco deben ser totalmente laxas.
Ojalá la respuesta sea amplia y se reciban muchas aportaciones, porque es seguro que cada uno de nosotros tiene muchas cosas que compartir con los demás, sólo es cuestión de querer utilizar un poco del tiempo libre, lo demás se aprende o se perfecciona. Y recuerden que sólo se aprende a escribir, haciéndolo.
¡ENHORABUENA COMPAÑEROS!
FUENTES CONSULTADAS
. PÉREZ MONTFORT, Ruy. (1994). Reflexiones matutinas sobre la investigación
científica. México: Fondo de Cultura Económica.
. PIAGET, Jean. (1981). Psicología y Pedagogía. México: Ariel